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La industrialización en Asturias

El advenimiento de la contemporaneidad.
Los intentos modernizadores del reformismo ilustrado se vieron bruscamente interrumpidos por un largo periodo de recesión económica, que se inició con el estallido de la guerra de la independencia en 1808 y se prolongó hasta la segunda mitad del siglo XIX. Fueron décadas de enfrentamientos civiles: primero entre los patriotas, franceses y afrancesados; más tarde, entre las distintas facciones del absolutismo; finalmente, las guerras carlistas. No fueron años fáciles para el lanzamiento de la economía y la industrialización.

Con el afianzamiento de la burguesía liberal en 1833, Oviedo se constituyó como capital administrativa de la provincia homónima. A partir de entonces se reafirmó en sus funciones de capital política, administrativa, religiosa y cultural. Como centro de marcado carácter residencial y burocrático, sus necesidades de abastecimiento y comercio impulsaron su dimensión industrial. En 1844 renacieron las antiguas fábricas de armas de Trubia y Oviedo, esenciales en la primera industrialización asturiana, que giró en torno a la poligamia y endogamia del carbón.

En efecto, el carbón, por sus efectos multiplicadores, cumplía en el siglo XIX el papel del petróleo en el siglo XX: no sólo servía para calentar las cocinas y los hornos domésticos, sino que ponía en movimiento las máquinas de la era del vapor; ello condujo a la fundición del mineral de hierro en las siderurgias. De su necesaria combustión se obtenían múltiples sustancias, con las que se elaboraban toda clase de productos, como explosivos, conglomerados, bujías, bebidas industriales o incluso componentes químicos, por citar solo algunas muestras.

La ausencia de capital autóctono se compensó con el de procedencia extranjera (inglés, belga o francés); y con el de otras provincias españolas (madrileño, vasco o catalán). Las inversiones foráneas impulsaron la integración de la minería del carbón y la industria pesada. Entonces se llevaron a cabo operaciones como la explotación de minas de carbón en la cuenca del Caudal, el ferrocarril minero Gijón-Langreo (1848), La Felguera (1858) y Moreda, en Gijón (1880). Asturias se convirtió en la primera productora de hierro en España entre los años 1864 y 1879.

Este primer impulso industrial favoreció el florecimiento de nuevos sectores de producción relacionados con la metalurgia, el vidrio, los esmaltes y la loza (con lo que mejoró también la propia alimentación), los nuevos materiales de construcción y la industria química. Mejoró la red de comunicaciones con el trazado de nuevas líneas -como el Ferrocarril del Norte por Pajares (1884)-, y al mismo tiempo se produjo una concentración de la población en la zona central de la región, que acentuó la función de Oviedo como capital. Asturias dejaba de ser agraria y rural para ser cada vez más urbana e industrial.

La pérdida de la supremacía de la siderurgia asturiana en 1880, ante el empuje de las modernas factorías vascas, puso de relieve las contradicciones de la primera industrialización: el carbón asturiano era caro, de mala calidad y menos competitivo que la hulla inglesa. Además, los hierros de primera fusión carecían del suficiente valor añadido para hacerlos comercialmente más atractivos. El mercado interior restringía el consumo por la persistencia de una agricultura de subsistencia, y por lo tanto no se generaron capitales propios suficientes para la inversión fabril ni se logró una mayor diversificación empresarial.

La segunda industrialización asturiana, que coincidió con el régimen político de la Restauración borbónica, estuvo comprendida entre la crisis de 1886-1896 y la primera guerra mundial (1914-1918), y se prolongó artificialmente hasta la depresión de la década de 1930. Como fuerzas renovadoras de esta etapa tuvieron un papel decisivo el movimiento obrero, el impulso empresarial, el fenómeno indiano y la expansión educativa. La Facultad de Ciencias (1895) obtuvo en Oviedo un destacado protagonismo con la renovación de sus estudios en física.

De este periodo se pueden resaltar una serie de hechos importantes, tales como el reajuste del sistema de comunicaciones con la articulación del mercado regional, y su inserción en el nacional -a través de obras como el ferrocarril de Pajares o el puerto de El Musel-; el regreso de los capitales indianos como consecuencia de la guerra colonial de 1898 -que aportaron nuevas iniciativas empresariales y consolidaron la gran banca-; el protagonismo de las cámaras de comercio gracias a la política proteccionista, y la aparición de una diversificación empresarial (aunque un tanto limitada) con la producción de energía eléctrica, cemento de Portland, explosivos o bebidas industriales.

La primera guerra mundial (1914-1918), como consecuencia de la necesidad de primeras materias de las potencias beligerantes, constituyó una coyuntura excepcional para la industria extractiva y metalúrgica asturiana, a la que proporcionó cuantiosas ganancias -si bien es verdad que a costa de la transformación-. Sin embargo, estos beneficios no supieron emplearse para dinamizar el tejido regional de pequeñas y medianas empresas. La depresión posbélica dio lugar a la crisis de 1917-1921 con su secuela de despidos y huelgas.

La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) dio paso a una economía centralizada, en la que la demanda pública suplía el mercado exterior. El Estado se transformó en el garante del crecimiento económico, y aseguraba los pedidos industriales mediante barreras arancelarias en un intento de mantener los niveles de vida y empleo. En esta etapa de entreguerras, el carbón y la siderurgia asturiana revivieron sus mejores tiempos. En Oviedo empezaron a proliferar los automóviles y garajes, al mismo tiempo que los motores eléctricos sustituyeron paulatinamente a los de vapor en talleres y fábricas.

El tímido repunte económico producido a lo largo de la dictadura de Primo de Rivera se interrumpió bruscamente por la proclamación de la Segunda República (1931-1936). La depresión de los años treinta en Asturias se caracterizó por la llegada con retraso de la crisis de 1929, la inestabilidad social -que dio lugar a la Revolución de 1934- y el estallido final de la guerra civil, con su consecuente oleada de muertos y destrucción, que afectó de forma especial al casco histórico de la ciudad de Oviedo.


Los cambios de modelo económico.
La etapa autárquica (1939-1959) que siguió a la guerra civil se caracterizó por una atonía empresarial propia de una economía en reconstrucción fuertemente intervenida y cerrada al exterior. El aislamiento internacional y la ideología del nuevo régimen persiguieron una autosuficiencia energética y un proyecto de industrialización que fuese capaz de sustituir las importaciones exteriores por producciones propias. Asturias, tradicional productora de carbón y hierro, fue la gran beneficiada de esta economía centralizada a través del Instituto Nacional de Industria (INI).

A dicha política de autosuficiencia energética obedecían el mantenimiento con respiración artificial de la minería del carbón -que desembocaría en la creación de Hunosa en 1967-; la creación de la central siderúrgica de Ensidesa (1957), y la construcción de una serie de embalses, como el de Grandas de Salime o la central térmica de Lada (1947), para la producción de electricidad. Asturias seguía anclada en el ciclo del carbón y el acero, al que se incorporaba el de la electricidad.

Ante el agotamiento del modelo autárquico, el Plan de Estabilización de 1959 buscó engranar la economía española en el marco de la economía internacional, para aprovechar su nuevo ciclo expansivo. Gracias a las plantas de Ensidesa (1957) y Uninsa (1971) -esta última en un principio de carácter privado-, Asturias recuperó parte del protagonismo en la siderurgia que había perdido un siglo antes. Asistimos en este periodo a una intensa emigración del campo a las ciudades y a un retroceso del sector primario en favor del secundario que abrazaba ya a un 45% de la población.

Las crisis de la energía de 1973 y 1976, con motivo del alza de los precios del petróleo, descubrieron las tres grandes deficiencias del proceso de industrialización asturiano: reposó casi exclusivamente sobre el ciclo del carbón y el acero, sin generar un sector fuerte en la industria transformadora; mantuvo durante años sus insuficiencias en el sistema de comunicaciones, tanto interiores como extraprovinciales, y estuvo sostenido durante varios años por estructuras públicas o situaciones de monopolio y oligopolio que ocultaban sus defectos.

La contracción de las ramas de bienes de equipo, el desplome de la siderurgia, los descensos alarmantes de los pedidos de los astilleros navales y la imposibilidad de equilibrar resultados en la minería del carbón (junto a otros indicadores un tanto desalentadores) impusieron la necesidad de una política de reconversión y reindustrialización, cuyo plan se aprobó en 1983. Con el cambio de modelo económico, el patrimonio industrial histórico en Asturias, y por tanto también de Oviedo, comenzó a correr un grave peligro de desaparición.

Con la adhesión a la Comunidad Europea en 1986, que limitaba la intervención estatal propia de la anterior economía centralizada, comenzó la privatización acelerada de aquellos sectores que todavía quedaban en manos públicas, a excepción de la minería. La nueva situación posindustrial, que se inició con el cambio del siglo XX al XXI, provocó una serie de acontecimientos como la internacionalización de las empresas asturianas -dirigidas desde centros de decisión cada vez más alejados del ámbito local-, el predominio decidido del sector terciario sobre el secundario y la formación de una gran conurbación en la zona central con la capital como nudo.


Fuente: GONZÁLEZ ROMERO, José Fernando, Arquitectura industrial de Oviedo y su área de influencia. Una realidad dúplice, Trea, 2011, pp. 16-20.

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